Obviamente y como siempre, llegué primero. Me pedí el trago de cortesía que tengo siempre ahí y esperé pacientemente. Mientras lo hacía, repasaba en mi mente la mentira en la que lo había sorprendido hace una semana. Sentía rabia pero también consuelo: ambos éramos un poco mentirosos profesionales. Por eso estábamos ahí, él para huir de su divorcio y de su amante y yo para huir de los niños y el matrimonio que había soñado tantos años.
Llegó con la broma habitual de si lucía bien o mal vestido y si me gustaba más con o sin lentes - E. usa lentes, pero siempre me gustó insegurizarlo diciéndole que no me agradaba verlo así- . Me besó en los labios y nos pusimos a conversar.
Nuestras empresas, la semana, el ajetreo de los negocios en estas fechas del año. Los niños. Besos entremedio. Cariños en mis manos. Elogios a mis uñas recién puestas.
A veces odio que E me elogie tanto, porque eso hace que me enamore más de él.
Pasaron dos ramazotti por mi cuerpo cuando al fín le solté lo que me tenía atorada hace más de una semana
- No tiene sentido que me mientas, E., yo sé que ves a otras mujeres y por ende sigo sin entender lo que pasó. No me molesta que salgas con otras mujeres. Lo que me molesta es la mentira innecesaria.
Me tomó la mano como me gusta y me la empezó a besar. “Mírame a los ojos, baby”. Lo miré y comenzó su retahíla usual de disculpas y perdones.
- Te mentí porque sé que te inseguriza que salga con P. Me lo has dicho. Borracha, pero me lo has dicho. Sé que te comparas con ella y que eso no tiene nada que ver conmigo, pero no quiero que te insegurices. Estamos juntos para pasarla bien. No para revivir más heridas.
ODIO cuando me habla de las heridas. De que tengo un “tema” con los hombres. Odio que diga eso porque es verdad y porque hace que me enamore de él. Porque demuestra que le importo más allá de las horas de sexo compartido. Porque confirma mis sospechas de que desde el día uno sabe que esto no es solo sexo.
- ¿Subamos?
Me costó trabajo ponerme de pie. Estaba ya bastante ebria, como en el 99% de las ocasiones que lo veo para tener sexo. Lo hago para no sentirme culpable y para no pensar en los niños o en mi marido. Para entregarme mejor, para disfrutar más, qué sé yo. No hacía esto hace muchísimo tiempo y sentirme vulnerable con E y ver que me cuida y me protege me encanta.
E.- me dio la mano al ver que caminaba dificultosamente y se sonrió “No hay caso contigo -me dijo- cualquier día de estos me dices que esta relación no existe porque siempre que nos vemos estás un poco borracha”.
Llegamos a la habitación y a diferencia de otras veces esta vez nadie se abalanzó sobre nadie. Solamente nos abrazamos. Teníamos pena. Pena por la mentira, pena porque P. jugaba con E.- a hacerlo sentir mal y yo entremedio me comparaba con ella.
“¿Cómo llegamos a semejante enredo?” pensé. “¿Cómo pasamos de solo-tener-sexo a esta intimidad infinita donde nos lamemos las heridas del pasado?”
E.- me comenzó a acariciar el pelo y me dijo que no le gustaba verme triste. Me besó cien veces, pero con “besos de marido” como les digo yo. Besos suaves, no sexuales. Besos de amor.
Y yo no me quiero enamorar de E. Me parece interesante, pero no quiero.
- E.- , basta. Vinimos a tener sexo. A lo que vinimos.
- Wow, pero qué directas andamos. Bueno ya pues, vamos.
- Estamos usando un día completo en Buenos Aires para esto. Podría estar en Galerías Pacífico, en un spa o dando vueltas por Puerto Madero que sabes que me encanta. A lo que vinimos.
E.- se rió a carcajadas, las que se apagaron con los besos de siempre. Besos grandes, enormes y apasionados. Como siempre me desvistió con muchísima rapidez y sentí frío. Cerré los ojos para evitar marearme - como siempre que tengo sexo borracha- y me entregué a sus manos, a su sexo y a su cuerpo entero.
Como siempre algo que detesto que me encante de E.- es su fuerza física. No puedo creer que, teniendo su cuerpo y estatura, pueda tomarme en brazos. Que con dos movimientos anule cualquier movimiento mío. Creo que es mi atributo favorito de él y creo que jamás me había ido a la cama con un hombre así.
Me iba acariciando el cabello y sacándome las joyas, como siempre hace antes de tener sexo conmigo. En cada joya que me saca siempre bromea con el precio “Perdóneme que le saque esto de 500 euros, discúlpeme si le rompo este brazalete de más de 1000 euros comprado en los Campos Eliseos de París”.
Son bromas alusivas a que, cuando nos conocimos, le dije que no le recibiría nunca un regalo inferior a ese nivel. Mentira, por supuesto. Me ha llenado de chocolates siempre. Qué se va a hacer. Finalmente, y citando a E.-, es probable que diga esas cosas desde mis heridas. Desde siempre quiero parecer infinita al lado de cualquier hombre. Quizá para que no me hieran, no lo sé.
Uno, dos, tres orgasmos. No sé dónde están mis piernas, ni mi cabeza, ni mi sexo. Solo siento, siento con toda la extensión de mi piel.
Me pasa cuando estoy con E.- algo que no me había ocurrido nunca con ningún hombre: no sé de mi cuerpo. No sé cómo me mueve. Es como si fuera una oleada de energía que me sube, me baja y me da vuelta para todos lados. Es como si perdiera absoluta consciencia de quién soy, de dónde estoy.
Me da frío y me arropo. E.- me besa en la cara, en los hombros, me hace cariño en el pelo. Pide disculpas y se va al baño a atender el teléfono. Es su hijo mayor. Demora uno, dos, tres, quince minutos.
Vuelve con mala cara. “Me tengo que ir - me dice- algo pasó en el tour a Caminito con mi hijo que se descompensó y está mi asistente averiguando dónde puede llevarlo al médico acá en Buenos Aires por la cobertura del seguro”
Se me enfría el cuerpo. Todo el cuerpo. Me invade una pena horrible.
Dejé a mis hijos solos, con mi nana. A mi esposo le dije una mentira enorme. Dejé de ver a mis amigas argentinas por estar acá con E.
Por tres orgasmos y un almuerzo, para ser estrictas.
Lo noto triste. Genuinamente triste. Noto casi que quiere llorar.
“Te compensaré, dale? sabes que siempre es así”
Me da mil besos de amor, no de sexo. De amor.
Se viste y se va.
Y yo rompo a llorar. Lloro tres horas.
Eran las 7 pm y estaba desnuda, en un hotel cinco estrellas de Avenida Alvear. Hotel donde había hecho check in hace 5 horas.
Ahora la mentira -que me daba permiso hasta tarde- ya no la podía revertir. La baby sitter tampoco.
Llamé a mis amigas de siempre y ahí estuvieron todas
Vistete, ponte linda y ¡andate al shopping!
No llores por E! Tú sabes que tiene hijos y es un problemón! si vas a tener amante por qué no te buscas a alguien más simple?
Eso hice. Me duché, me vestí. Me tomé un taxi al shopping. Hice checkout con cara de poker.
Y fue ese día cuando me hice consciente de que estaba enamorándome de E.
Y, a juzgar por su despedida, él también de mí.
Lo peor es que ya no éramos 4 en esta relación, éramos al menos 6, contando las aventuras de E y las mías.
¿Cómo llegué a esto?
Comentarios: 3
Que linda novelita , seguro hay mucho más 🙂, espero seguirla leyéndo 😀
Una novela herotica fantasíosa con una temática muy real que cualquier mujer le gustaría vivir. Tiene mucho del autor me encantó. ♥️
Amé la mini novela…. espero para poder leerla cuando esté terminada ❤️