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No hemos tenido sexo porque tú no has querido

No hemos tenido sexo porque tú no has querido

Tu abrazo al llegar, tu olor, exactamente igual que hace tantísimos años. Las sonrisas, las miradas profundas y cómplices. Comer uno en frente del otro, de forma muy respetuosa y tierna y camuflando lo que sentimos, pero que nadie dice. Tu forma tan tierna de agradecerme que te haya cocinado. El cigarro juntos, igual que a la salida del colegio cuando teníamos 16 años. Tu estatura, tantísimo más alto que yo. Ponerte nervioso, ir a ver mis casas.

 

Tu asombro ante mi poder económico-social. Tu mirada seductora al entrar a mi habitación. Tu excitación al contarte con lujo de detalles que, en el sillón donde estabas sentado, había tenido sexo con Andrés, mi otro amante, hace 24 horas. Tu abrazo en mi habitación. Tu deseo en el aire, sin decirlo, de tirarme a la cama que comparto con mi marido, profanarla y hacerme el amor, como - a juzgar por los hechos- ambos esperamos hacerlo dede hace exactos 22 años.

 

Tus manos en mis hombros. Tu excitación al mostrarte la lencería “de esa sesión de fotos tan sexy que me hicieron”. Cambiarme de ropa delante tuyo, sin ningún pudor y mirándote fijamente a los ojos. El deber ser. El límite. Caminar a la otra casa, uno detrás del otro, uno deseando al otro y viceversa.

Magnetizarte con la mirada y sostenértela hasta que no te resististe y me besaste con toda la pasión acumulada en todo este tiempo reprimiendo el deseo. Tu “cálmese, relájese”. El desenfreno posterior. La casi-violencia de tus caricias, de tus besos, de tu barba incipiente.

 

La exquisitez de cada beso. Besarme nuevamente con tal ímpetu que nos caímos al suelo, tú encima mío, con tu mano debajo de mi blusa - la consciencia de que nunca, en mis 38 años, un hombre me había tirado al suelo- la pausa. Recordar que sigues acariciando con el mismo ímpetu de siempre, que mi intuición no se equivocaba.

Mi límite, el deber ser, el compromiso posterior. Limpiarnos bien la boca para sacarnos el maquillaje. Mirarnos mientras lo hacemos y darnos cuenta del saco sin fondo de deseo que nos vuelve a poseer y nos volvemos a besar. Infinitos besos posteriores.

Arrinconarme en el mesón de la cocina y torcerme la columna besándome y tocándome. Mi límite final. La exquisitez de cada beso robado en el pasillo. Tu frialdad conduciendo, tocarte libremente por primera vez desde los infinitos años que te conozco. La despedida con ese beso que quiso ser otra cosa. Las noches posteriores recordando esto, tu recriminación dos meses después “No hemos tenido sexo porque tú no has querido”. La retirada, la pausa. La pausa. Estamos en la pausa.

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